
Que por qué estoy así preguntáis. Queréis saber a qué viene este estado de ánimo, esta apatía, esta cara de mal genio... Lo que me molesta es que me lo pregunten si realmente no hay interés. De hecho muchos de los que me lo habéis preguntado no queréis que os responda y la respuesta no os gustaría. Está bien, voy a responder muy a vuestro pesar y advierto que va para largo.
¿Por donde empiezo? Mi llegada a Madrid cambió mi vida, me subió el ánimo, conseguí trabajo, dinero, independencia... Todo iba muy bien hasta hace algo más de un año cuando las cosas comenzaron a torcerse. ¿La razón?: las amistades, o lo que yo creía que eran amistades. La mayoría de las que traía desde Pamplona me defraudaron, sufrí varias puñaladas por la espalda y las... cinco que merecían la pena no supe cuidarlas aunque sé que estarán ahí si las busco. El resultado fue que con tanto golpe decidí pasar en mi vida en la capital de todo lo anterior y centrarme en toda la gente que había conocido después de cambiar de ciudad. El mayor error de mi vida. Bien es cierto que mi grupito más cercano (miau & company) es de lo mejor, les agradezco muchas cosas y no me puedo quejar, pero necesito más amigos. Siempre he necesitado a mucha gente.
Hubo un tiempo en que todo parecía ir bien, diversos círculos que parecían responder a lo que yo daba pero no duró mucho. Tengo el defecto de ser demasiado sensible, confío demasiado en la gente y espero demasiado de ellos; espero lo mismo que yo daría en su lugar, entonces es cuando me defraudan en algo y yo me hundo a la primera. Lo peor es que soy incapaz de enfadarme con la gente a la que... quiero, sí lo voy a decir aunque suene moñas, no puedo enfadarme con quienes considero amigos y a quienes quiero. En lugar de eso me pongo triste y hasta me siento culpable yo mismo sin ninguna razón. Entonces me pregunto si me habré pasado considerándolos amigos, si la culpa será mía por tener demasiadas expectativas. Aquel fue el momento del primer bajón gordo en Madrid y tomé otra errónea decisión: intentar convencerme a mi mismo de que no se trataba de amigos, se trataba de conocidos.
En este momento me lo vuelvo a replantear. Pienso en todos esos conocidos de la noche, compañeros de trabajo, amigos de amigos, compañeros casuales de mis primeros pisos en Madrid... Toda esa gente formaba los diversos pequeños círculos que yo necesitaba. Insisto, siempre he necesitado muchos círculos, mucha gente, soy así y no puedo evitarlo. Cuando la mayoría de ellos empezaban a defraudarme me autoconvencí de que eran simples conocidos, gente de paso. Incluso recuerdo una discusión con Ramona en la que yo defendía llegando a extremos insostenibles la imposibilidad de que yo tuviera auténticos amigos en el trabajo. En el fondo ni yo mismo me lo creía, pero era la única manera de explicar las actitudes de mucha gente, haciendo extensible esa negación de la amistad a todos los ámbitos antes nombrados. No podía entender cuál era la razón para que la gente se comportara unas veces como amigos conmigo y otras parecía no interesarles. De pronto mucha gente al mismo tiempo parecía no contar conmigo. Reitero lo de antes: soy demasiado sensible. ¿Lo veis? Otra vez me estoy echando la culpa, debería aprender a ser más egoísta y a no callarme las cosas ni a tragármelas solito.
Ahora lo tengo claro. A quien dejo entrar en mi casa, a quien felicito en su cumpleaños, a quien llamo si enferma, a quien invito a comer, al cine, a un concierto... Todos ellos son amigos o yo los considero como tal o pretendo que lo sean. Basta ya de engañarme a mí mismo. También tengo que esclarecer qué son las cosas que me molestan y no culparme de acciones que no están bien y que yo no cometo. No está bien que se me oculten cosas y enterarme por terceros. No está bien que se digan cosas sobre mí sin preguntarme si son verdad. No está bien echar en cara el no verme si tampoco se mueve un dedo por su parte para que nos reunamos. No está bien intentar convencerme de que se es mi amigo y luego pasar de mí o ser incapaz de mantener una conversación de más de dos minutos conmigo. No está bien que yo mueva un plan y al final éste se lleve a cabo por los otros a mis espaldas. No está bien incumplir las promesas que se me hacen. No está bien fingir preocupación por mí en los momentos malos y luego no echarme una mano para ayudarme a salir del pozo. Puede que todo esto os parezcan tonterías pero para mí son cosas importantes. Todos estos ejemplos entre otros van quemando poco a poco, y si a eso le sumamos los innumerables problemas de salud, la marcha de mi mejor amigo de Madrid, dificultades económicas, complicaciones familiares (sobre muertes, afecto y dinero), apuros de algunos amigos que me obligan a volcarme hasta consumirme, etc., el resultado es el estado anímico sobre el que tanto preguntáis acerca de su origen.
Suena a tópico, pero en los momentos duros es cuando se comprueba quiénes son los verdaderos amigos. He perdido la cuenta de toda la gente que últimamente me ha asegurado que se preocupa por mí sin ayudarme. Qué fácil es decirme que debo hablar con alguien y no prestarse a hablar conmigo o achacar mis problemas a la mala vida. ¿Mala vida? ¡Si no he salido ni diez noches este último año! Vale, en algunos aspectos me he machacado y ya he empezado a poner remedio drásticamente, pero no me vale que se refugien en eso quienes se vayan a excusar. No me vale que una consecuencia de mi problema se intente transformar en la causa. Es demasiado fácil. Yo ya le he echado cojones y he aclarado mi mente, sólo pido que quienes se hagan llamar mis amigos no se refugien en la explicación más simple.
A parte de mi pequeño grupito de amigos de verdad en Madrid, sólo hay dos personas de todos los ámbitos que he mencionado antes que de verdad me han demostrado interés. Es curioso pero ambos son precisamente del mismo ámbito: el trabajo. Ellos son Mary y Mochilo, los únicos que me han pedido que les cuente qué me pasa, que me han querido forzar a ello y que me han apretado las tuercas para que espabile. Voy a volver a ponerme cursi, pero les quiero agradecer mucho su postura y les quiero decir que no me olvidaré de su gesto. Aunque con quien de verdad me desahogué fue, al llegar a Pamplona esta semana, con Lucy. Muchas gracias por escucharme y aconsejarme cómo debo actuar guapa. Es que a veces se me olvida quiénes realmente quieren ser mis amigos.
Bueno, ya está. Bufff! He acabado agotado. Ya he advertido al comienzo que iba a ser un post largo. No sé si alguien lo habrá leído hasta el final, pero a mí me ha venido muy bien volver a soltar todo esto ahora por escrito. Espero que os haya servido de algo, a mí desde luego que sí.