jueves, junio 30, 2011

Analgesia anímica


Para conseguir la felicidad hay que trabajar duro, por lo menos para los bichos raros como yo a los que les da por pensar. Es necesaria una actitud positiva, satisfacer tus inquietudes y estar en paz con la gente que te rodea y contigo mismo. Pero la vida también nos brinda ciertas oportunidades, ciertos atajos para subir el ánimo u olvidarse momentáneamente de los problemas. Eso es lo que yo llamo analgésicos del alma.

Están los que todos conocemos que por medio de química producen cambios en el cerebro y modifican el estado de ánimo. Ahí entran desde el alcohol a todo tipo de sustancias ilegales blandas o duras y productos especificos legales que puedes comprar en la farmacia con una receta. El inconveniente es que tienen demasiados efectos secundarios en el organismo, desde daños más o mensos graves hasta la dependencia. Hay mucha gente que piensa que realizar una buena acción para sentirte bien con uno mismo puede ser un analgésico anímico pero eso es un error. Eso no es un analgésico, es una acción real que forma parte del crecimiento interior y la realización como persona, pero aquí nos referimos a las falsas mejorías que son más fáciles. Si alguien no está de acuerdo con eso que se fastidie que para eso el término me lo he inventado yo.

Todo esto venía a cuento única y exclusivamente para hablar de mi analgésico del alma favorito que experimenté ayer y hacía tiempo que no lo hacía. No hay nada como un poquito de consumismo para subir el ánimo. Sé que suena superficial, es que lo es. Por eso es uno de estos analgésicos y no forma parte de la realización personal, ¡pero que bien se queda uno! Puede tratarse de cualquier tipo de compra, la mía de ayer se trató de discos y libros, pero cuanto menos se necesite y más se desee la compra mayor es el efecto. Estos días, ya que después de un montón de tiempo por fin tengo dinero, voy a renovar mi armario. Compraré cosas que necesite y otras muchas que no necesite. Sé que en un par de meses me arrepentiré de no haber administrado algo mejor mi capital pero ahora mismo lo que necesito es una alegría frívola. Me produce satisfacción sólo de pensarlo.

jueves, junio 16, 2011

Verdades y mentiras


Siempre he dicho que lo que más odio es la hipocresía, no me gusta, hace que no me fíe y me provoca bastante dolor e ira. Me parece realmente importante dejar claro la diferencia entre la hipocresía y la mentira. Todos mentimos, pero no por ello somos unos hipócritas. Según la definición del diccionario la primera es el fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan. Esto es distinto a las multiples acepciones de lo que es mentir como pueden ser fingir, inducir a error, falsificar o faltar a lo prometido. Sin embargo dentro de la mentira también se encuentra el decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa. Ahí es donde se unen ambos conceptos pero con ciertos matices. Vemos cómo se puede mentir y, según cómo y por qué, ser un hipócrita, y mentir sin caer en la hipocresía. La mentira puede utilizarse para hacer el bien en ocasiones y considero que también se puede sacar provecho de ella en beneficio propio siempre que no sea algo excesivo o con un egoísmo desmedido. Me parece que estoy dejando demasiada manga ancha.

En los últimos meses estoy más perspicaz (o eso creo yo) al mismo tiempo que más cotilla. El resultado en la mayoría de los casos es desagradable, sobre todo cuando averiguas cosas de gente a la que quieres. Hace poco, entre copas perdí un poco el control de mis impulsos y el dolor y la ira de la hipocresía que había sufrido, lo que provocó que de mí salieran recriminaciones y consejos excesivos pero que supe expresar de manera que sólo los comprendiera la persona a la que iban dirigidos. Hasta en esas ocasiones me mantengo elegante. Otra persona presente se quedó un poco perpleja pero tuvo la suficiente inteligencia como para no preguntar. El resto no se enteraron de nada. Después de eso la persona hacia la que iba dirigido mi "speech" me dijo a solas que me había pasado. Que era capaz de perdonarme admitiendo que se me había "ido la olla" y que había cosas que yo no sabía. Sólo me hizo falta lanzarle una mirada que decía: no sólo sé lo que no me has contado, también sé lo que me has contado que es mentira y no me parece bien. Ante esa mirada lo único que pudo hacer fue pedirme disculpas y que hiciéramos como si no hubiéramos tenido esa conversación. ¡Lo que es capaz de hacer una mirada bien dirigida!

Ahora es cuando yo debo entonar el mea culpa porque llevo dos meses que no hay gente con la que no mienta descaradamente. Para cosas sin importancia o para darme una falsa notoriedad de manera totalmente hipócrita. Me siento francamente mal y algunas mentiras se me empiezan a ir de las manos. jamás creí que yo pudiera llegar a esta situación. Me toca empezar a cortarme y resolver entuertos. Me siento avergonzado.