Freaks (II)
<<... Me crucé con muchos jóvenes, muchos inmigrantes; sobre todo negros, muchos más que cuando yo era adolescente; aquello sí era un cambio. Luego me presenté en el liceo. Al director le pareció divertido que yo fuera un antiguo alumno, quiso buscar mi expediente, pero yo me puse a hablar de otra cosa y conseguí evitarlo. Tenía tres clases: una de segundo, una de primero A y otra de primero S. La peor, me di cuenta enseguida, iba a ser la de primero A: había tres tíos y treinta chicas. Treinta chicas de dieciséis años. Rubias, morenas, pelirrojas. Francesas, magrebíes, asiáticas..., todas deliciosas, todas deseables. Y todas follaban, era evidente, follaban, cambiaban de chico, disfrutaban de su juventud; yo pasaba todos los días por delante de la máquina de preservativos y ellas no se cortaban, los compraban delante de mí.
Lo que lo desencadenó todo es que yo empecé a decirme que a lo mejor tenia una oportunidad. Tenía que haber muchas hijas de divorciados, encontraría una que estuviera buscando una figura paterna. Podía funcionar, estaba seguro de que podía funcionar. Pero hacía falta un padre viril, protector, de hombros anchos. Me dejé crecer la barba y me matriculé en el Gimnase Club. La barba sólo fue un éxito a medias, no crecía espesa y me daba un aspecto sospechoso, a lo Salman Rushdie; por el contrario, los músculos respondían bien, en pocas semanas desarrollé deltoides y pectorales de lo más decentes. El problema, el nuevo problema, era mi pene.>>
Michel Houellebecq, Las partículas elementales
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